VENANCIO IGLESIAS MARTIN

11:04 Red de Bibliotecas Municipales de León 0 Comentarios



Venancio Iglesias Martín realizó sus estudios de Filología Española en la Universidad Complutense de Madrid. Fue discípulo de Dámaso Alonso, Rafael Lapesa, Eugenio Bustos, Rodríguez Adrados. Obtuvo la cátedra de Lengua y Literatura Españolas en el año 69. Director del IES Alcantarilla, Murcia. Ha ejercido como profesor en diversos centros de Enseñanzas Medias. Tiene escritas y no publicadas tres novelas que se publicaran en breve y escribe normalmente en el periódico local Diario de León, aunque ha publicado también en La Crónica- el Mundo, el diario de Santa Fe, Argentina y en “La Mañana” de Casablanca, así como en la revista Aljamía. Autor de "La literatura en la enseñanza del español para extranjeros". Consejería de Educación de Rabat. Varios cuentos publicados en revistas y en grupos premiados. El libro de cuentos titulado "Moquito". "Cuentos" Edit. Institución el Brocense de Cáceres. "El león del Atlas y otros relatos" Edic. para Ministerio de Cultura El libro de relatos "Esperando a Susana" y el libro de relatos "Sombras en el camino".


¿Cómo descubres tu vocación?
Vocación es una palabra muy ambigua. ¿Es responder a una llamada? ¿Una de las nueve musas te llama por la noche y te pide que hagas versos? ¿Mantiene la palabrita ese primer elemento religioso o, quizá, se ha sacado de ese contexto para entrevistar poetas y artistas en general? La divinidad llama por la noche y el poeta debe responder positivamente a la llamada. Esa es la tesis. ¿Cómo descubriste tu vocación? El asunto es muy lindo y reconozco que los artistas suelen caer en la trampa y contestar con vagos recuerdos de cómo sintieron esa llamada y necesariamente la siguieron. Así mantienen dos elementos bien distintos: el tópico insostenible del origen y la verdad de la antigua sacralidad de la palabra. Todos dan por sentado que cuando siguieron ese camino lo hicieron porque sintieron la llamada, experimentaron la necesidad de seguirla y así aseguran que la palabra vocación sigue teniendo significado. Pero no existe esa llamada, porque no hay nada fuera que nos «llame» a escribir. El asunto se explica mejor como voluntad de hacer permanecer ideas y sentimientos, como voluntad de dejar rastro de acontecimientos de enorme importancia que florecen en el interior abierto al infinito de cada uno: un interior sin puertas ni ventanas, como una mónada, si no fuera por el balbuceo del lenguaje y el gesto. La imagen es de Slóterdijk. El niño moja una pipa en agua jabonosa y sopla por ella, y una pompa irisada flota llevándose su aliento y su alma. He ahí el hecho fascinante de la poesía y del arte en general. Una pompa en la que se encierra parte del alma (el aliento es alma) y se confía a la publicidad. Por mi parte, muy pronto descubrí que otros miraban también con mayor o menor atención esas pompas y deduje que allí, en la burbuja exhalada, vivía un enigma cuya belleza seguían los ojos hasta que perdía su magia en un mágico estallido. Empecé a leer muy pronto y a escribir con una letra muy menuda, también muy pronto. Pero nadie me llamó a semejante actividad. A fuerza de leer (y estudiar) no solo aprende uno el mejor uso del idioma sino a modular con él emociones y sentimientos. Escribir es sencillamente hacer dibujos enigmáticos: dibujos que traducen, que llevan como la pompa de jabón el misterio que vive dentro de cada uno y, como la pompa, se expone a la mirada de los demás. ¿Cuándo sentí el deseo de soplar la pipita para crear pompas? En la infancia. Pero no tengo fecha. El el punto de partida es incierto siempre.
¿Se nace lector o se aprende a leer?
No entiendo muy bien eso de nacer lector. ¿No es eso creer en un destino prefijado? ¿Estará relacionado con la vocación? Nos pasamos la vida analizándola y, los que escribimos, escribiéndola. Aprender a leer no es más que descubrir el secreto que encierran los signos. El nene vive un mundo maravilloso y, desde muy pronto, busca sonidos que otros utilizan para designar objetos. Un sinsentido como dados tararí prrroooon describe, en el idioma emocionado de un niño, un desfile militar con trompetas y tambores. Lo sabemos porque mira asombrado el desfile y lo señala con el dedo. ¿No es precioso? Descifrar los dibujitos de las letras es tarea emocionante para el niño. ¿Por qué aplazarla atendiendo a boberías psicológicas? Yo leía de corrido cuentos de los hermanos Grimm a los tres años y medio. Al comienzo, la hija de la vecina (Rosina) me señalaba con el dedo bajo las palabras lo que leía, pero pronto dejé de necesitarlo. Y cuando mi madre me mandaba con cinco años y tres pesetas a por un hervidor de leche a la cuadra de Zorungo, con frecuencia me paraba a recoger un trozo de periódico y leerlo. Relatos truculentos de El Caso me dejaban siempre la amargura de no saber todos los detalles de un crimen. En esos trozos de periódico aparecían fragmentos de vidas de futbolistas, artistas y toreros. ¡Excitante! Aprender a leer; esa es la primera manera de entrar en el mundo, que no es otra cosa que establecer con él relaciones de todo tipo. Aprender (y pronto) a leer es el primer paso para aprender a escribir. La alternativa es: o se aprende a leer o se queda uno ciego para lo que de misterioso tiene la vida y su relato, que eso es escribir.
¿Crees que hay una edad para cada libro? No. No lo creo. No me parece cuestión de edad sino de pasión y curiosidad por todo eso que sucede en el alrededor; eso que Ortega llama circunstancia, y se vierte en lenguaje. Hombre, es cierto que luego encontramos lo que llamamos universos de lenguaje complejos, cuyo léxico y sintaxis requieren adiestramiento. La Crítica de la Razón Pura no es lectura recomendable para niños, porque tiene un universo idiomático muy complejo. Pero fuera de los lenguajes artificiales de la ciencia o la filosofía, que necesitan especial adiestramiento para su comprensión, se usa el lenguaje natural no especializado para otro reflejo: el de las narraciones cortas o largas que los autores hacen de sus vidas. Esas están al alcance de todos; y cuando digo todos quiero decir todos; menos los sordomudos, que diría Brassens irónicamente. Con un maestro de primeras letras que contagie la curiosidad y seducción de lo que las palabras esconden, es suficiente. Luego, basta un diccionario al lado de quien abre un libro.
¿A qué escritor te gustaría parecerte?
¿Quiere decir si me gustaría ser como alguno de los grandes que he leído? No. Me gustaría no parecerme a ninguno. Por suerte, como el lenguaje (la materia) que usamos es común, todo lo que los grandes han dejado en él está presente en cada página de mis libros. Los escritores somos herederos millonarios que, a veces, olvidamos que nuestra riqueza es heredada. Se precisa un poco de finura intelectual para evitar el plagio, no ya ese grosero que no distingue entre lo propio y lo ajeno, sino ese plagio casi inconsciente que amenaza al que ha bebido en muchas fuentes. Imitar puede ser una forma de aprendizaje, pero es preciso liberarse pronto de la admiración al maestro y seguir camino propio. Insisto, no se puede evitar la impregnación del sentido que los grandes dieron a las palabras en sus libros. Si quieres conocerte, mírate en otra alma… Son las voces amadas que diría Hölderlin, las que resuenan en nosotros. Pues bien: raramente somos originales en el uso del idioma; cuando lo conseguimos, presentimos que una nueva grandeza asoma en el horizonte de nuestra vida. Mis libros están condicionados por una fuerte intertextualidad: quiero decir que todos los autores que he leído tienen, en ellos, algo de lo que ellos vivieron tan intensamente y contaron con tanto arte. Alguien puede decir: aquí suena Quevedo, allí Garcilaso o Cervantes o Baroja o Th. Mann, Steinbeck o Faulkner… Puede ser. Por si acaso, yo acostumbro a decir que me plagiaron ellos. Lo que pasa es que yo nací más tarde, pero eso es capricho del tiempo. Dejando de lado el humor, diré que las posibilidades de combinatoria de los signos lingüísticos y la asociación de significados es casi infinita; por lo que, cuando escribo o cuando leo algunos poetas como Unamuno, Machado, Ángel González, Hernández, Lorca o, por citar algunos poetas actuales vivos y jovencitos y de acá, como Julia y Ana Conejo o Ángel Fernández o Carmen Busmayor, Fulgencio Martínez o Raquel Lanseros, siento una enorme envidia; lo que dicen tan hermosamente debería haberlo dicho yo. ¿Parecerme a alguno, a todos? No. Su lectura es diálogo de amor y en el diálogo, sobre todo el amoroso, cada uno debe manterer su propia verdad e identidad.
¿Qué opinas de los premios literarios? ¿Crees que son un trampolín para escritores noveles?
No sé. Gané algunos de cierta relevancia y… hoy pienso que hay demasiados; que los jurados no siempre conocen los materiales de las obras que examinan ni la organización de las mismas ni su horizonte de alusividad como debieran. No es raro que obras extraordinarias sean rechazadas, porque el autor no se parece escribiendo al miembro del jurado que las juzga. Por otra parte, cuando los jurados son excelentes, no siempre tienen tiempo para hacer la primera selección y dejan eso en manos de “gente de su confianza” que seleccionan, a veces, obras muy pobres que, finalmente, son premiadas. Argent de poche decía Antonio González-Guerrero cuando recibía el dinero de un premio. El dinero no cuenta. Si el premio es de tamaño mayor cuantía, casi siempre se sabe de antemano a quién se lo van a dar. Me lo dijo Cela en una ocasión en que quedé finalista con Umbral en el Antonio Machado de Relatos Breves: -Su relato es tan bueno y mejor que el de Umbral, pero usted comprenderá que teníamos que dárselo a Paco, el segundo sin embargo, no está mal… y yo lo comprendí. El mejor premio que un autor novel puede recibir es el resultado de su trabajo; si el trabajo de escribir le ha llenado de riqueza, si ha encontrado una bella expresión de su alma, un espejo en que se identifica a sí mismo, si se ha hecho mejor y más humano, si la compasión y la nostalgia de un mundo mejor lo embargan en su creación, entonces, ese es el premio y trampolín cada ver más alto, sobre el mar del idioma donde debe zambullirse una y otra vez.
¿Crees que los medios audiovisuales ponen en peligro el libro?
No. Creo que se lo han cargado hace tiempo. Eso no quiere decir que no haya muchos lectores embargados por la sacralidad, la vieja magia que emanan las páginas de un libro. Con frecuencia sin embargo, para muchos lectores, todo texto que tenga extensión mayor de 20 líneas suele producirles fatiga. Como escritores… es pavoroso asomarse al móvil de un adolescente o echar una ojeada a las redes sociales. El lenguaje se ha depauperado hasta extremos inconcebibles que hacen del escritor una especie de homo stultus, casi ágrafo e ininteligible por no respetar cuatro reglas de escritura. El vacío humano que esto supone me hace temer, para el futuro, guerras pavorosas desconocidas hasta ahora. Un desastre. Cierto que algunos alcanzan un extraordinario nivel conceptual en el uso rápido del idioma de sus mensajes. Pero el idioma de una mayoría de los chicos tiene la tara de los media: rapidez, clichés y vaciado de sentido. Para colmo ha aparecido el relato hiperbreve. Por bromear con Monterrosso, el dinosaurio sigue esperando en las exiguas líneas del sueñecito de una tarde de verano. ¡Lástima! Insisto, sin embargo, en que nacen escritores todos los días. Muchos desaparecen con su primer libro, otros son promesas y otros son un auténtico cosechón de valor literario y humano. Benditos sean todos porque dan un paisaje variopinto como el de la Naturaleza.
¿Qué opinión te merece el libro electrónico?
El soporte es accesorio. Sea papel o pantalla pixelada carece de importancia, porque el libro está más allá de esa materialidad. Cada relato, cada poema es un libro que leemos sin prestar atención al papel o a la pantalla. ¡Estaríamos buenos! ¿Se imagina un espectador intentando comprender el cuadro por la calidad del algodón del lienzo? Qué sea mejor es cuestión estéril para lo que nos ocupa. Si atendemos al medio ambiente, el papel contamina y la pantalla contamina. Personalmente, para leer prefiero el libro en soporte papel. Para escribir, la pantalla y el teclado. ¡Maravilla de unas manos que recuperan el primer modo de hominización en la punta de los dedos por los que, en mágica procesión, salen los hilos con que se teje una vida!
¿Nos podrías recomendar un libro?
No debería, porque es peligroso. Pero me arriesgaré. Esperando a Susana o Sombras en el Camino en la editorial Akrón son de los menos peligrosos, porque son míos y el “daño” no puede ser grande. Para educar el estilo: Cervantes. Para llenarse de ideas emocionadas y emocionantes, Machado. Para gozar de la escritura brillante de pasión y artificio, Miguel Hernández. Para vivir en la lucidez del desencanto, pues Baroja. Si se quiere andar en el temor y temblor religioso, Unamuno. Si quiere uno dejarse penetrar de un rayo de inteligencia y pasión, Ángel González, Blas de Otero o Espriu. Si desea uno verse en el espejo hondo del pesimismo, Quevedo. Si busca asombro formal sobrecogedor, García Márquez… Como ve, excepción hecha de los míos (poquita cosa en ese mar), no le recomiendo libros sino autores, pero unos pocos y ya clásicos, porque podríamos pasarnos la noche citándolos.
Actualmente en qué estás trabajando
Estoy en las últimas correcciones de una novela escrita hace tiempo titulada La soledad de Alvarito Somoza que saldrá a la luz este mes. Estoy escribiendo otra, titulada Diario de Soledad. Tiene como tema la violencia doméstica; la crueldad justamente en el ámbito familiar. Nos echaron del Paraíso a empujones ¿sabe? Cuando se habla de la violencia, hablamos de sus matices en la casa, en el colegio o la calle; hablamos de la vida, pasión inútil frente al destino. La narración de esto la llamamos novela. Nos echaron del paraíso por juguetear con el bien y el mal; nos echaron con violencia y pusieron una espada en la puerta. Nuestra historia lleva esa amarga raíz de genciana. Y además, en las Escrituras que narran el desastre mítico primero, aparece la idea de que el Reino que se busca sufre de violencia y solo en la violencia se alcanza. ¿Pesimismo, lucidez? Juzgar es la tarea.

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